Un resultado ajustado que exige la búsqueda de acuerdos
Maximiliano Gomez Politólogo (UNER)

La ventaja que logró Mauricio Macri sobre Daniel Scioli en el debut del sistema de ballotage -sancionado con la reforma de la Constitución Nacional en 1994- lo consagró como el primer presidente de la historia argentina que va a gobernar los destinos de la Nación sin haberse formado previamente en ningunos de los dos grandes partidos, el PJ y la UCR.

Llega como un outsider de la política: proveniente del mundo empresarial y del deporte, formó una fuerza política "moderna" -el PRO- que es exponente de los resabios de la crisis del 2001 que hizo volar por los aires el clásico bipartidismo argentino. El jefe de gobierno porteño será el primero en romper con esta tradición (aunque el radicalismo sea socio, junto con la Coalición Cívica, de la alianza Cambiemos), logrando posicionar a un partido con menos de diez años de vida en la primera magistratura del país.

El final de los 12 años de gobierno kirchnerista es también la conclusión de una forma de ejercer el poder con claras pretensiones hegemónicas, que había generado -y abusado- de la posibilidad de gobernar sin el "otro", frente a un cuadro opositor tremendamente fragmentado y volátil entre las distintas opciones no peronistas, las cuales no lograban subsistir más allá de una elección. Esto fue producto de la desarticulación y pérdida de capacidad electoral de la UCR luego del traumático final del gobierno de Fernando de la Rúa y de un creciente predominio del PJ en el mapa político nacional. Los ejemplos de la Coalición Cívica en el 2007 y del Frente Amplio Progresista en el 2011 dan cuenta de ello.

Este fin de ciclo se había anticipado con claridad el 25 de octubre, cuando la escasa diferencia entre los principales candidatos en primera vuelta y la sorprendente victoria de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires generó un rotundo cambio de expectativas: dio por tierra la teoría de invencibilidad del peronismo en el territorio que concentra el 36% del padrón electoral.

La derrota de Aníbal Fernández fue explosiva porque dio lugar a un cambio de clima y le permitió a Cambiemos disputar la segunda vuelta de igual a igual con el Frente para la Victoria, a pesar de la ventaja objetiva del oficialismo, propia de una fuerza que está hace varios años en el poder y mantiene el control de la mayoría de los resortes institucionales del país.


El triunfo de Vidal no solo le dio a Cambiemos el gobierno de la principal provincia del país y dañó severamente el sistema de concentración de poder de los barones del conurbano, sino también la llave para la futura gobernabilidad y la posibilidad de estabilizar el gobierno a su cargo a partir de una distribución de roles y cargos entre los socios de la coalición (UCR, CC y partidos provinciales), pero también de los apoyos extrapartidarios que tuvieron un rol fundamental de cara al ballotage. La ajustada diferencia de tres puntos hubieran condicionado severamente a Macri si Buenos Aires se hubiese mantenido en manos del peronismo.

La derrota de Scioli en manos del líder del PRO es una historia que se puede contar de menor a mayor: el jefe de gobierno porteño arrancó de atrás y terminó ganando la presidencia. En las PASO sacó el 24% (la sumatoria de Cambiemos con los votos de Sanz y Carrió orilló el 30%), en la primera vuelta llegó al 34%, pero quedó debajo de Scioli y a la segunda vuelta la ganó por solo 3 puntos. Aunque sumó más del 50% de los votos, no es inexacto afirmar que la mitad de los votos con los que Macri llega a la Casa Rosada son "prestados", por lo cual se vuelve clave la construcción de acuerdos que logren estabilizar la economía y generar condiciones mínimas de consenso en torno a las necesidades más urgentes de la agenda pública, como el combate a la inflación y la inseguridad.

Macri tendrá el desafío de gobernar con un mapa político inédito: por primera vez, la misma fuerza política va a manejar las tres principales cajas del país (Nación, Provincia y CABA), pero encontrándose en franca minoría en ambas cámaras del Congreso Nacional y de la Legislatura bonaerense, por lo que dependerá necesariamente de un esquema de acuerdos para poder avanzar con sus principales propuestas legislativas. Aquí habrá que esperar cómo se reacomoda internamente el peronismo y cuál será el rol del cristinismo duro y La Cámpora ante este nuevo escenario.

Fundamental será el rol de Sergio Massa y José Manuel de la Sota de cara a la etapa que empieza el próximo 10 de diciembre: sus diputados y senadores serán clave para la conformación del quórum y en las negociaciones para la sanción de los distintos proyectos de ley, a la vez que como dirigentes serán punta de lanza de una renovación peronista como la sucedida después de la derrota de 1983. De todas formas, la utilización de los decretos de necesidad y urgencia (que para ser anulados requieren de la mayoría de ambas cámaras) puede convertirse en la llave que le permita al nuevo gobierno enfrentar una eventual obstrucción legislativa durante sus primeros años de mandato.

La división en el Congreso obligará a buscar acuerdos amplios, ya no como una excepción sino como una regla de la política para el próximo período. La falta de una mayoría propia significa un potencial riesgo para Cambiemos, pero también una oportunidad: la necesidad de transformar una alianza electoral que superó su primer test en una verdadera coalición de gobierno, logrando consensos que se cristalicen en la formulación e implementación de políticas públicas, construyendo desde el diálogo y movilizando iniciativas desde una visión pluralista. Es decir, la antítesis del ciclo que se está por concluir.

Daniel Maximiliano Gomez
Licenciado en Ciencia Política (UNER)
Villaguay 2015-11-24














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